COMENTARIOS SOBRE LA CARTA DE SANTIAGO (Compendio)


ESTUDIO SOBRE SANTIAGO


EL AUTOR DE ESTA CARTA

¿Podemos decir que fue Santiago el hermano del Señor, el autor de esta carta? Vamos a recoger la evidencia a favor de esta idea.
Si Santiago escribió una carta, sería de esperar que fuera una epístola general, como lo es esta. Santiago no era como Pablo, viajero y hombre de muchas congregaciones. Era el moderador de la sección judía de la Iglesia; y la clase de carta que esperaríamos de él sería una especie de encíclica dirigida a todos los cristianos judíos.
No hay nada en esta carta que un judío ortodoxo no pudiera aceptar cordialmente si la leía desde su entorno: Se podría decir que todo esto le va perfectamente a Santiago: era el líder de lo que podríamos llamar la cristiandad judía, y el cabeza de la parte de la Iglesia con sede en Jerusalén.
Hubo una clase de cristianismo que no tenía la amplitud universalista que aportó la mente de Pablo. El mismo Pablo decía que la esfera gentil le correspondía a él, y la judía a Pedro, Santiago y Juan (Gálatas 2:9). La carta de Santiago puede que represente una clase de cristianismo que se mantenía en su forma más primitiva.
Se ha hecho notar que Santiago y la carta del Concilio de Jerusalén a las iglesias gentiles tienen por lo menos dos curiosas semejanzas. Las dos empiezan con la palabra Saludos (Santiago 1:1; Hechos 15:23). La palabra griega és jairein, que era la manera corriente de empezar una carta en griego, pero que no aparece en ningún otro lugar del Nuevo Testamento salvo en la carta del jefe militar Claudio Lisias al gobernador de la provincia (Hechos 23:26-30). La segunda coincidencia es la frase que se aplica a todos tos gentiles sobre los cuales es invocado mi nombre (Hechos 15:17), el buen nombre que fue invocado sobre vosotros (Santiago 2:7). Es curioso que la carta del Concilio de Jerusalén, que redactaría probablemente Santiago, y la epístola que lleva su nombre, sean los únicos lugares del Nuevo Testamento en los que aparecen estas dos frases características.
Así es que hay evidencias que le dan credibilidad a la creencia de que Santiago fue la obra de Santiago, hermano del Señor y cabeza de la iglesia de Jerusalén.
(Aunque debemos decir también que muchos intérpretes manejas serias objeciones a esta autoría, aunque la tradición sostiene, sin casi dudas, que fue así)

LA FECHA DE LA CARTA
Cuando consideramos la evidencia para la fecha de la carta la encontramos igualmente equilibrada. Es posible deducir que es muy temprana, e igualmente que es tardía.
Pero hay dos hechos de carácter general que parecen indicar más bien una fecha tardía. El primero que, como ya hemos visto, apenas se menciona a Jesucristo. El tema de esta carta son, de hecho, las inconveniencias e imperfecciones, y los pecados y errores de los miembros de la iglesia. Esto parece apuntar a una fecha bastante tardía. La predicación original irradiaba la gracia y la gloria del Cristo Resucitado; la posterior pasó a ser, como sucede ahora, una diatriba contra las imperfecciones de los miembros de la iglesia. El segundo hecho general es la condenación de los ricos (2:1-3; 5:1-6).La discriminación a su favor y su arrogancia parecen haber sido un verdadero problema cuando se escribió esta carta. Ahora bien: en la Iglesia original había muy pocos ricos, si es que había alguno (1 Corintios 1:26 y ss.). Santiago parece ser el exponente de un tiempo en que la Iglesia, antes pobre, se veía amenazada por la mundanalidad.
Santiago murió en el año 62 DC; su carta debió haber sido escrita algún tiempo antes…




CAPÍTULO 1

Un saludo digno
Santiago 1:1
Santiago se identifica al principio de su carta con el título que encierra todo su honor y su única gloria, el esclavo de Dios y del Señor Jesucristo. Este título tiene por lo menos cuatro implicaciones.
a) Implica una obediencia absoluta. El esclavo no tiene más ley que la palabra de su amo; es propiedad absoluta de su amo, y está obligado a rendirle obediencia incondicional.
b) Implica una humildad absoluta. Es la condición de un hombre que no piensa en sus privilegios sino en sus deberes, no en sus derechos sino en sus obligaciones.
c) Implica una lealtad absoluta. Es la posición de un hombre que no tiene intereses propios, porque todo lo que hace lo hace para Dios.
d) Sin embargo, en esta palabra se encierra su gloria. Lejos de ser un título deshonroso es el que se aplicaba a las grandes figuras del Antiguo Testamento (1 Reyes 8:53; Josué 24:29; Números 14:24; Deuteronomio 9:27; Job l: 8; Isaías 20:5)… Al tomar el título de doulos, Santiago se coloca en la gran línea sucesoria de los que hallaron la libertad y la paz y la gloria en la perfecta sumisión a la voluntad de Dios.
Hay algo poco corriente en el saludo inicial de esta carta. Santiago manda saludos a sus lectores usando la palabra jairein, que es la que se solía usar en las cartas personales en griego. Pablo no la usa nunca… Este saludo aparece en la carta general que se mandó a todas las iglesias gentiles con la decisión del Concilio de Jerusalén que les garantizaba la admisión en la Iglesia (Hechos 15:23). Esto es interesante, porque fue Santiago el que presidió aquel Concilio (Hechos 15:13). Puede que usara el saludo más general porque la carta iba dirigida a un círculo muy amplio de gentiles.

Los destinatarios
La carta va dirigida a las doce tribus que están esparcidas por el extranjero; literalmente, en la Diáspora, que era la palabra técnica que designaba a los judíos que vivían fuera de Palestina. Esta dispersión de los judíos por todo el mundo fue de importancia capital para la extensión del Cristianismo, porque quería decir que había. sinagogas en todas las ciudades principales, que era donde empezaban su labor los predicadores cristianos; y también quería decir que había grupos de hombres y mujeres por todo el mundo que ya conocían el Antiguo Testamento, y que habían hecho que algunos gentiles se interesaran por la fe de Israel.
Veamos cómo se había producido esa dispersión. Hubo tres grandes deportaciones.
1) La primera tuvo lugar cuando el Reino del Norte, con su capital en Samaria, fue conquistado por los asirios, y sus habitantes fueron llevados cautivos a Asiria (2 Reyes 17:23; 1 Crónicas 5:26). Esos eran las diez tribus perdidas, que no volvieron a Palestina.
2) La segunda gran deportación fue alrededor del año 580 a.C., después que los babilonios conquistaron el Reino del Sur, cuya capital era Jerusalén, y llevaron cautivos a Babilonia a los mejores del pueblo (2 Reyes 24:14-16; Salmo 137). Aquellos judíos se comportaron en Babilonia de una manera muy diferente: se resistieron a ser asimilados y perder su identidad.
3) La tercera deportación tuvo lugar mucho más tarde. Cuando Pompeyo derrotó a los judíos y tomó Jerusalén en 63 a.C., se llevó esclavos a Roma a muchos judíos. Su adhesión rígida a su propia ley ceremonial y su inflexible cumplimiento de la ley del sábado hacían que fueran difíciles hasta como esclavos… Se asentaron en una especie de barrio propio a la otra orilla del Tiber. Al poco tiempo se los vio florecer por toda la ciudad. Dión Casio dice de ellos: “Fueron oprimidos con frecuencia, pero a pesar de todo se multiplicaron hasta tal punto que consiguieron hasta que se les respetaran sus costumbres”. Julio César fue su gran protector.
Las deportaciones llevaron millares de judíos a Babilonia y a Roma; pero aún fueron muchos más los que se marcharon de Palestina por su propia voluntad, en busca de tierras más cómodas y productivas.
Dos países en particular recibieron a miles de judíos. Palestina estaba como en un bocadillo entre dos grandes poderes: Siria y Egipto; y estaba en peligro, por tanto, de convertirse en campo de batalla: Por esa razón, muchos judíos se fueron, ya a Siria, ya a Egipto.
En tiempos de Nabucodonosor hubo un éxodo voluntario de muchos judíos a Egipto (2 Reyes 25:26)… Cuando Alejandro Magno fundó Alejandría, se ofrecieron privilegios especiales a los que se instalaran allí, y llegaron gran número de judíos. Alejandría se dividía en cinco distritos administrativos, y dos de ellos estaban habitados por judíos, que sumaban en esa sola ciudad más de un millón. Los asentamientos judíos en Egipto llegaron a tal punto que, hacia el año 50 a.C., se construyó una réplica del templo de Jerusalén en Leontópolis para los judíos egipcios.
Muchos judíos se trasladaron también a Siria. La concentración más importante fue en Antioquía, donde se predicó el Evangelio por primera vez a los gentiles, y los seguidores de Jesús recibieron el mote de cristianos.
Otros se instalaron más lejos. En Cirene, al Norte de África, leemos que la población estaba dividida entre ciudadanos, agricultores, residentes extranjeros y judíos. Mommsen, el historiador de Roma, escribe: “Los habitantes de Palestina no eran más que una parte, y no la más importante, de los judíos; las comunidades judías de Babilonia, Siria, Asia Menor y Egipto eran muy superiores a la de Palestina”. Por toda Asia Menor, en las grandes ciudades de la costa del Mediterráneo y en los grandes centros comerciales, los judíos eran numerosos y prósperos. Está claro que había judíos en todas las .partes del mundo.
La Diáspora judía se extendía junto con el mundo civilizado, y fue el factor más importante para la extensión del Cristianismo.
Santiago escribe a das doce tribus de la Diáspora. ¿A quiénes tiene en mente al escribir? Podría representar a todos los judíos de fuera de Palestina. Pero en las condiciones del mundo antiguo sería totalmente imposible mandar un mensaje a una circunscripción tan extensa y desparramada.
Podría querer decir los judíos cristianos fuera de Palestina. En este caso incluiría probablemente a los judíos en los países alrededor de Palestina, tal vez particularmente los de Siria y Babilonia. No cabe duda de que si alguno hubiera de escribir una carta a esos judíos sería Santiago, porque era el líder reconocido de la cristiandad judía.
La frase podría tener un tercer significado. Para los cristianos, la Iglesia Cristiana era el Nuevo Israel. Al final de Gálatas Pablo manda su bendición al Israel de Dios (Gálatas 6:16). La nación de Israel había sido el pueblo escogido especialmente por Dios; pero se habían negado a aceptar su lugar, su responsabilidad y su tarea. Cuando vino el Hijo dé Dios, le rechazaron. Por tanto, todos los privilegios que les habían correspondido pasaron a la Iglesia Cristiana, que es el nuevo pueblo de Dios.

La prueba y su propósito
Santiago 1:2-4
Santiago no sugería nunca a sus lectores que el Cristianismo sería para ellos un camino fácil. La palabra que se usa es peirasmós, que debe ser entendido como prueba.
Se dice que Dios probó (peirázein) a Abraham, cuando pareció exigirle el sacrificio de Isaac (Génesis 22:1). Cuando Israel entró en la Tierra Prometida, Dios no quitó del todo a los que la habían habitado antes. Los dejó para poner a prueba a Israel (peirázein) en su lucha contra ellos (Jueces 2:22; 3:1; 4).
Aquí tenemos un gran pensamiento alentador. Se ha escrito: “El cristiano debe esperar que las pruebas le metan a empellones en la vida cristiana”. Nada nos viene para hundirnos, sino para remontamos; no pretenden vencernos, sino que las venzamos; ni debilitarnos, sino .fortalecernos.
La vida cristiana: es como la de un atleta: cuanto más duro el entrenamiento; más animado está, porque sabe que así estará dispuesto para realizar un esfuerzo que le conduzca a la victoria.
Santiago describe el proceso de la prueba con la palabra dokímion. Es la palabra que se usa para la moneda de curso legal, genuina y sin aleaciones. La finalidad de la prueba es purificarnos de toda impureza.
Si nos, enfrentamos con la prueba con la actitud debida, producirá en nosotros una constancia (o firmeza) a toda prueba. La palabra es hypomoné, que no es simplemente la actitud de soportar las cosas, sino la habilidad de transformarlas en grandeza y en gloria. Lo que alucinaba a los paganos en los primeros siglos de la persecución era que los mártires no morían lúgubremente, ¡sino cantando! Hypomoné es la cualidad que hace capaz a una persona, no sólo de sufrir la adversidad, sino de conquistarla y vencerla:
Esta constancia a toda prueba consigue hacer a una persona tres cosas.
1) La hace perfecta. En griego es téleios, y tiene generalmente el sentido de perfección para un fin determinado. Esta constancia que nace de la prueba debidamente aceptada hace a una persona téleios en el sentido de hacerla idónea y capaz para realizar la tarea para la que vino al mundo.
2) La hace completa. Es griego, holókléros, que quiere decir íntegra, perfecta en todas sus partes. Gradualmente, esta constancia a toda prueba desplaza las debilidades ,y las imperfecciones del carácter de una persona; la capacita diariamente a conquistar antiguos pecados, a desembarazarse de viejas vergüenzas y a obtener nuevas virtudes; hasta que, al fin, llega a ser perfectamente idónea para el servicio de Dios y de la humanidad:
3) Hace que sea en nada insuficiente. En griego insuficiente es leípesthai, que se usa en referencia al fracaso en alcanzar el nivel que se pretende alcanzar. Si una persona se enfrenta con la prueba con la debida actitud, si desarrolla de día en día esta constancia a toda prueba, vivirá de día en día más victoriosamente y llegará más cerca del nivel del mismo Jesucristo, sin carencias.

Pidiendo con fe
Santiago 1: 5-8
Hay una íntima relación entre este pasaje y el anterior. Santiago acaba de decirles a sus lectores que, si usan todas las experiencias que son pruebas en la vida de una manera debida, saldrán de ellas con la constancia a toda prueba que es la base de todas las virtudes. Pero; inmediatamente, surge la pregunta: “¿Dónde puedo yo encontrar la sabiduría y la inteligencia que necesito para usar estas experiencias probatorias de la manera debida?”. La respuesta de Santiago es: “Que se la pida a Dios”.
Hay algo que sobresale aquí. Para Santiago, el maestro cristiano con un trasfondo judío, la sabiduría es una cosa práctica. No es la especulación filosófica o el conocimiento intelectual; su esfera son las cosas de la vida. En la sabiduría cristiana hay, desde luego, un conocimiento de las cosas profundas de Dios; pero es esencialmente práctico. Es un conocimiento tal que pasa a la acción en las decisiones y relaciones personales de la vida cotidiana. Cuando una persona le pide a Dios esta sabiduría, debe tener presentes dos cosas.

  1. Debe recordar cómo da Dios: da generosamente y sin humillar a nadie. Dios no echa luego en cara nada de lo que da. Da con todo el esplendor de su amor, porque le es absolutamente natural el dar.
  2. Debe recordar cómo debe pedir el necesitado: Debe pedir sin dudas. Debe estar seguro, tanto de que Dios puede, como de que tiene voluntad de dar. Si lo pide con dudas, su mente está como el oleaje, a merced del viento que lo impulsa de un lado para otro. Santiago dice claramente que tal persona es dípsyjos, que quiere decir literalmente que tiene dos almas, o dos mentes, en su interior: una cree y la otra no cree…
Si vamos a usar las experiencias de la vida como es debido para obtener un carácter íntegro, tenemos que pedirle a Dios sabiduría. Y cuando se la pidamos, debemos tener presente la generosidad absoluta que le caracteriza, y estar seguros de que pedimos creyendo que vamos a recibir lo que Dios sabe que es bueno y conveniente que tengamos.

Según la necesidad de cada uno
Santiago 1:9-11

Según lo vio Santiago, el Evangelio le trae a cada uno lo que necesita.
1) Trae al pobre un nuevo sentido de su propia valía.
a) Aprende que él importa en la iglesia: En la Iglesia Primitiva no había diferencia de clases. Podía suceder que un esclavo fuera el pastor de la congregación y su amo un simple miembro.
b) Aprende que él importa en el mundo. El Evangelio, enseña que todas las personas tienen una tarea que realizar en el mundo. Cada uno le es útil a Dios; y aunque esté confinado en el lecho del dolor, su oración puede seguir actuando en el mundo de la gente.
c) Aprende que le importa a Dios.
2) Por otra parte el Evangelio trae al rico un sentido nuevo de autodesprecio. El gran peligro de la riqueza, es que tiende a darle a la persona un falso sentido de seguridad. Se siente segura; cree que tiene los recursos para enfrentarse con todo y para redimir de cualquier situación adversa.
Santiago traza un cuadro pictórico que sería muy familiar en Palestina. En los descampados, si hay un chubasco alguna vez, brotan las delgadas hojas de la hierba verde; pero el ardor del sol la agosta en un solo día como si no hubiera existido. El viento solano es el kausón, el viento abrasador del Sudeste… Venía derecho del desierto y se lanzaba sobre Palestina como la bocanada que sale de un horno ardiendo cuando se abre la compuerta. En una hora quemaba toda la vegetación.
Esa es la descripción de lo que sucede con una vida que depende de la riqueza. El que pone su confianza en la riqueza confía en algo que le pueden arrebatar los azares y avatares de la vida en cualquier momento (Isaías 40: 6 y ss.; Salmo 103:1 y ss.).
El mensaje de Santiago es que el sabio es el que pone su confianza en lo que no se puede perder.

La Corona prometida
Santiago 1:12
El que se enfrenta con la prueba como es debido tiene la felicidad aquí y en el más allá. En esta vida da muestra de su auténtica valía. Se ha templado su carácter, y surge de la prueba fuerte y puro.
En la vida venidera recibe la corona de la vida… Aquí se esconde más de lo que se ve. En el mundo antiguo la corona (stéfanos) tenía por lo menos cuatro grandes asociaciones.
a) La corona de flores se usaba en los días alegres, en las bodas y en las fiestas (Isaías 28:1y ss.; Cantares 3:11).
b) La corona era el signo de la realeza, y la usaban los reyes. Algunas veces era de oro, y otras consistía en una banda de lino alrededor de la frente (Salmo 21:3; Jeremías 13:181;
c) La corona de laurel era el premio del vencedor en los juegos, el más codiciado por los atletas (2 Timoteo 4:8):
d) La corona era un emblema de honor y dignidad. La instrucción de los padres puede reportar una corona de gracia a los que la cumplen (Proverbios 1: 9); la sabiduría proporciona una corona de gloria (Proverbios 4: 9)…
No tenemos que escoger entre esos sentidos; todos están incluidos. El cristiano tiene una felicidad que no tiene nadie más.
La vida es para él como un estar siempre de fiesta. Participa de una realeza que nadie más conoce; porque, aunque sea humilde en la Tierra, es hijo de Dios. Tiene una victoria que otros no pueden ganar, porque se enfrenta con la vida y todas sus demandas con el poder conquistador de la presencia de Jesucristo. Tiene una nueva dignidad, porque se da cuenta de que Dios le valoró al precio de sangre de Jesucristo.
La corona del cristiano es una nueva clase de vida que es la vida verdadera; mediante Jesucristo ha entrado en una vida más abundante… Santiago dice que si el cristiano se enfrenta con las pruebas de la vida con la firme constancia que Cristo da, la vida se le convierte en algo infinitamente más espléndido que antes. La lucha es el camino a la gloria, y la misma lucha es ya parte de esa gloria.

La culpa es propia
Santiago 1:13-15
Tras este pasaje se encuentra una idea judía a la que somos propensos todos en cierta medida. Santiago está corrigiendo aquí a los que le echan las culpas de la tentación a Dios.
Simplemente como una interpretación de su experiencia personal, los judíos llegaron a la doctrina de las dos tendencias. Las llamaban yétser ha-tób y yétser ha-rá; la tendencia al bien y la tendencia al mal. Era una manera de plantear el problema, pero no de resolverlo. En particular, no decía de dónde procedía la tendencia al mal; así es que el pensamiento judío se propuso explicarlo.
Había autores judíos que remontaban esta tendencia al mal al Jardín del Edén. Aquí fue el mismo Satanás el que consiguió introducir la tendencia al mal en el hombre, que se identifica con la concupiscencia de la carne.
Pero todas esas teorías simplemente empujan el problema otro paso más atrás. Satanás puede que pusiera la tendencia al mal en la persona humana; o lo hicieron los ángeles caídos; o puede haber sido el mismo ser humano el que se lo introdujo.
Pero, ¿de dónde procede en última instancia? Para resolver este problema, algunos rabinos dieron un paso atrevido y peligroso. Arguyeron que, como Dios había creado todas las cosas, tiene que haber creado también la tendencia al mal. El peligro es obvio. Quiere decir que en último análisis el hombre puede echarle las culpas a Dios por su propio pecado. De todas las doctrinas extrañas, la más extraña es la que hace a Dios responsable del pecado en última instancia.
Desde el principio del tiempo, el instinto del hombre ha sido echarle las culpas de su pecado a otro. Cuando Dios enfrentó a Adán con su primer pecado, la respuesta de Adán fue: “La mujer que me diste para que estuviera conmigo me dio del árbol, y por eso lo comí”. Y cuando Dios enfrentó a la mujer con su acción, le contestó: “Fue la serpiente la que me engañó para que comiera” (Génesis 3:12 y ss.)
Santiago reprende firmemente ese punto de vista. Para él, lo único que es responsable del pecado son los malos deseos de cada uno. El deseo es siempre algo que se puede alentar o rechazar. Se puede controlar y hasta, por la gracia de Dios, eliminar… Pero si dejamos que los pensamientos se nos vayan por ciertos senderos, y los pasos nos lleven a ciertos lugares, y los ojos se fijen en ciertas cosas... fomentamos el deseo.
Son la mente indisciplinada y el corazón no comprometido los que son vulnerables. Si se alienta el deseo suficientemente, seguro que traerá consecuencias. El deseo engendra la acción.
Además, la enseñanza judía decía que el pecado produce la muerte…La palabra que usa Santiago en el versículo 15, y que la versión Reina-Valera traduce engendra (1909) o da a luz la muerte (1960) es la palabra que se usa con los animales cuando desovan o paren. El gran valor de este pasaje está en que atribuye al hombre su verdadera responsabilidad por el pecado. Si animamos y alimentamos los malos deseos hasta que llegan a ser grandes y monstruosamente fuertes, desembocarán inevitablemente en acciones que son pecado, y ese es el camino que conduce a la muerte.
Esta idea debe lanzarnos a los brazos de la gracia de Dios, que es lo único que nos puede hacer y mantener limpios, y que está al alcance de todos.

Las cosas buenas vienen de Dios
Santiago 1:16-18
Una vez más Santiago hace hincapié en la gran verdad de que todos los dones que Dios envía son buenos. No hay nada que venga de Dios que no sea bueno.
Santiago insiste en la inmutabilidad de Dios. Para ello hace uso de dos términos de astronomía. La palabra que usa para mutabilidad es parallagué, y la palabra para las sombras es tropé. Las dos palabras expresan los cambios de los cuerpos celestes y sus variaciones en la duración del día y de la noche… La variabilidad es una característica de todas las cosas creadas. Pero Dios es el Creador, y Él no cambia.
El propósito de Dios es la manifestación de su gracia. La Palabra de la verdad es el Evangelio; y el propósito de Dios al enviarlo es que el hombre nazca de nuevo a una nueva vida. Las sombras desaparecen cuando la Palabra de verdad aparece.
Ese nuevo nacimiento nos introduce en la familia y propiedad de Dios. En el Antiguo Testamento era ley el que todos los primeros frutos eran consagrados a Dios. Se le ofrecían a Dios en un culto de acción de gracias… Así que, cuando nacemos de nuevo por la Palabra verdadera del Evangelio, pasamos a ser propiedad de Dios, como se hacía con los primeros frutos de la cosecha.

Prontos para oír, Tardos para hablar…
Santiago 1:19-20
Ha habido pocos sabios que no se hayan dado cuenta de los peligros que entraña el estar demasiado dispuestos para hablar y demasiado poco dispuestos para escuchar.
Rabí Simeón decía: “Todos mis días he crecido entre los sabios, y no he encontrado nada tan bueno para un hombre como el silencio... El que multiplica las palabras da ocasión al pecado”. Proverbios está lleno de los peligros de precipitarse a hablar (10:19; 13:3; 17:28; 29:20).
El consejo de Santiago es que también debemos ser lentos para indignarnos. Probablemente está saliendo al paso de algunos que dicen que a veces tienen que ponerse incandescentes de ira para reprender o denunciar el mal. Y hay mucho de verdad en eso, porque el mundo estaría peor todavía sin los que exponen y condenan los abusos y las tiranías del pecado. Pero demasiado a menudo se despotrica petulantemente y con una actitud intolerante y condenatoria.
El maestro tiene la tentación de enfadarse con los lentos y torpes, y todavía más con los perezosos. Pero, excepto en las más raras ocasiones, conseguirá mejores resultados animando que azotando, aunque sea sólo con la lengua. El predicador tendrá la tentación de enfurecerse. Pero “¡No eches la bronca!” es un buen consejo que se le puede dar siempre, porque perderá su autoridad siempre que deje de mostrar con sus gestos o sus palabras que ama a su gente. Los padres tienen la tentación de ponerse furiosos; pero eso es más probable que produzca una actitud más testaruda de resistencia a dejarse controlar o dirigir. El acento del amor tiene siempre más poder que el de la ira; y cuando la ira se convierte en una constante irritación y en un disgusto petulante, hace más mal que bien.
El ser lentos para hablar, lentos para airarnos, prontos para escuchar, es siempre una buena táctica en la vida.

El espíritu dócil
Santiago 1:21
Santiago dice a sus lectores que se despojen de todos los vicios e inmundicias. La palabra que usa para despojarse es la que se usa para quitarse la ropa. Exhorta a sus lectores a que se desembaracen de toda corrupción como el que se quita de encima una ropa asquerosa, o como la serpiente que se desembaraza de la, piel vieja.
Las dos palabras que usa para inmundicia son gráficas. La que hemos traducido por inmundicia es ryparía; se puede referir a la suciedad que mancha la ropa y ensucia el cuerpo; pero tiene otra connotación muy interesante. Se deriva de rypos; y cuando rypos se usa en un contexto médico quiere decir el cerumen de los oídos. Es posible que tenga aquí ese sentido; y entonces sería que Santiago está diciendo a sus lectores que se limpien de todo lo que les cierre los oídos a la verdadera Palabra de Dios.
Además, Santiago habla de la abundancia de malicia, perisseía, excrecencia del vicio. Piensa en el vicio como un crecimiento canceroso que hay que cortar para salvar la vida.
Les exhorta a recibir la palabra implantada con gentileza. La palabra para implantada, es émfytos, que puede querer decir congénita o innata, lo contrario de adquirida. Si Santiago la usaba en ese sentido estaba pensando en nuestra palabra conciencia (venida de la imagen de Dios). Si es este el sentido aquí, Santiago está diciendo que hay un conocimiento instintivo del bien y del mal en el corazón humano cuya dirección deberíamos obedecer siempre.
Puede también querer decir implantada, como la semilla que se planta en el suelo. Si Santiago está usando esta palabra en este sentido, la idea se remontaría a la Parábola del Sembrador (Mateo 13:1-8), que nos dice que la semilla de la Palabra se siembra en los corazones. Por medio de los profetas y de los predicadores, y sobre todo por medio de Jesucristo, Dios siembra su verdad en los corazones, y los que son sabios la reciben y la aceptan.
Así puede que Santiago implique que el conocimiento de la verdadera Palabra de Dios nos viene de dos fuentes: de lo profundo de nuestro ser, y del Espíritu de Dios y la enseñanza de Cristo y la predicación de los hombres. De dentro y de fuera de nosotros nos llegan las voces que nos indican el Camino; y los sabios las escuchan y obedecen.
Se ha de recibir la Palabra con gentileza. Gentileza es un intento de traducir la palabra intraducible praytés. Es una gran palabra griega que no tiene equivalente exacto en español. Aristóteles la definía como el término medio entre la ira excesiva y la excesiva pasividad; es la cualidad de la persona que tiene sus emociones y sentimientos bajo perfecto control. Se podría definir como la serenidad y la capacidad para no dejarse llevar por las emociones, sino controlarlas como dicta la correcta razón.
No se podría encontrar una palabra española para traducir en una sola palabra el espíritu dócil, que se deja enseñar. Ese espíritu es dócil y tratable y, por tanto, suficientemente humilde para aprender. El espíritu dócil no tiene resentimiento ni ira y es, por tanto, capaz de enfrentarse con la verdad hasta cuando hiere y condena. El espíritu dócil no se deja cegar por sus propios prejuicios dominantes, sino percibe la verdad con mirada limpia.

Oír y hacer
Santiago 1:22-24
De nuevo nos presenta Santiago con su maestría pictórica probada dos de sus cuadros gráficos. Lo primero de todo, nos presenta al que va a la reunión de la iglesia, y oye la lectura y la exposición del Evangelio, y cree que con eso ya es cristiano. Tiene los ojos cerrados al hecho de que lo que se lee y se oye en la iglesia tiene que vivirse. Todavía se suele identificar el ir a la iglesia y el leer la Biblia con el Cristianismo, pero eso no es ni la mitad del camino. Lo realmente importante es trasladar a la acción lo que hemos escuchado.
En segundo lugar, Santiago dice que esa persona es como la que se mira en el espejo -los espejos no se hacían entonces de vidrio, sino de metal pulimentado-, ve los defectos que le desfiguran el rostro y desmelenan el cabello, y se va y se olvida de su aspecto, así es que no hace nada para mejorar. Al escuchar la Palabra de la verdad se le revela a uno cómo es y cómo debería ser. Ve lo que está mal; y lo que tiene que hacer para remediarlo; pero, si no hace más que oír, se queda como estaba, y no le ha servido de nada.

La ley verdadera
Santiago 1:25
Santiago hace referencia a la ley ética que el cristiano tiene que esforzarse por cumplir. Esa ley se encuentra primero en los Diez Mandamientos; y también en las enseñanzas de Jesús. Santiago llama dos cosas a esta ley.
1) La llama perfecta ley. Hay tres razones por las que la ley es perfecta: a) Es la ley de Dios, promulgada y revelada por Él. La manera de vivir que Jesús estableció para sus seguidores está de acuerdo con la voluntad de Dios; b) Es perfecta porque no se puede mejorar. Cuando amamos a alguien, sabemos muy bien que aunque, le diéramos todo el mundo y estuviéramos a su servicio toda la vida, no nos daríamos, por satisfechos; c) Pero queda otra razón. La palabra griega téleios casi siempre describe la perfección con vistas a un fin determinado. Ahora bien, si una persona obedece la ley de Cristo, entonces cumple el propósito para el que Dios la puso en el mundo; es la persona que debe ser, y hace la contribución que le corresponde hacer al mundo.
2) La llama ley de libertad; es decir: la ley en cuyo cumplimiento se encuentra la verdadera libertad. Todos los grandes hombres han estado siempre de acuerdo en que es sólo cuando se obedece la ley de Dios cuando se es libre de veras.
Cuando uno tiene que obedecer a sus pasiones, emociones y deseos, no es más que un esclavo. Es cuando acepta la ley de Dios cuando es libre porque es entonces cuando es libre para ser lo que debe ser. Su servicio es la perfecta libertad, y en hacer su voluntad está nuestra paz.

El culto verdadero
Santiago 1:26-27
Debemos tener cuidado de entender lo que dice aquí Santiago. La palabra que se traduce por religión es thréskeía, que quiere decir más bien el culto en el sentido de la expresión externa de la religión en el ritual y la liturgia y la ceremonia. Lo que quiere decir Santiago es: “El ritual más apropiado y la liturgia más elevada que se le pueden ofrecer a Dios son el servicio a los pobres y la pureza personal”… Para él el culto verdadero no consistía en túnicas elaboradas o en música impresionante o en cultos cuidadosamente organizados, sino en el servicio práctico a la humanidad y en la pureza de la propia vida personal.
Es perfectamente posible, desgraciadamente, que una iglesia esté tan pendiente de la belleza de sus edificios y el esplendor de su liturgia que no le quede tiempo ni dinero para el servicio cristiano práctico; y eso es lo que Santiago condena.
De hecho, Santiago condena lo mismo que habían condenado los profetas mucho tiempo antes (Salmo 68: 5; Zacarías 7:6-10; Miqueas 6:6-8).
A lo largo de toda la Historia, los pueblos han tratado de hacer del ritual y la liturgia el sustituto de la entrega y del servicio. Han hecho de la religión una cosa espléndida dentro de los templos, a expensas de olvidarla fuera. Esto no es decir ni mucho menos que sea nada malo ofrecerle a Dios el culto más noble y espléndido en la casa de Dios; pero sí es decir que el culto se convierte en algo vacío e inútil a menos que mande a los adoradores al mundo a amar a Dios amando a sus semejantes y a conducirse con más limpieza frente a las diversas tentaciones del mundo.





CAPÍTULO 2

No discriminar…
Santiago 2:1
La frase “hacer acepción de personas” quiere decir obrar con parcialidad a favor de alguien porque es rico, influyente o popular. Es una falta que toda la Biblia condena insistentemente. Los líderes ortodoxos judíos no tuvieron más remedio que admitir que Jesús no hacía acepción de personas (Lucas 20:21; Marcos 12:14; Mateo 22:16). Después de la visión del lienzo con animales limpios e inmundos, Pedro aprendió que Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34). Pablo estaba convencido de que los judíos y los gentiles reciben el mismo juicio de Dios, porque Dios no tiene favoritos (Romanos 2:11). Esta es una verdad en la que Pablo insiste a menudo (Efesios 6:9; Colosenses 3:25).
La palabra original es curiosa: prosópolémpsía… que quiere decir levantar el rostro... El levantar la cara de alguien, en lugar de hacer que bajara la cabeza o que se le cayera la cara de vergüenza, era tratarle favorablemente.
En su origen no era una expresión mala. Simplemente quena decir aceptar a una persona como buena. Pero la expresión adquirió rápidamente un sentido malo. Pronto llegó a significar, no tanto el favorecer a una persona como el mostrar favoritismo, dejarse uno influir indebidamente por la posición social, el prestigio, el poder o la riqueza de una persona.
La gran característica de Dios es su absoluta imparcialidad (Levítico 19:15). Aquí se hace hincapié en algo que es de capital importancia. Un juez puede ser injusto, tanto por someterse al poderoso, como para presumir de favorecer al pobre…
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento condenan la parcialidad en el juicio y el favoritismo en el trato que proviene de darle una importancia indebida a la posición social, riqueza o influencia (Proverbios 22:2).

El peligro de discriminar en la Iglesia
Santiago 2:2-4
Santiago temía que el esnobismo pudiera invadir la iglesia. Traza la caricatura de dos hombres que entran en la reunión, uno vestido lujosamente y con los dedos llenos de anillos de oro, y el otro; como podía. Al rico se le acomoda ceremoniosa y respetuosamente en un lugar especial, mientras que al pobre se le dice que se quede de pie o que se ponga en cuclillas en algún rincón; no se le ofrece ni un taburete para
No cabe duda que habría problemas sociales en la Iglesia Primitiva. La iglesia era el único lugar del mundo antiguo en el que no existían diferencias. Al principio tiene que haber habido alguna timidez inicial cuando el amo se sentaba en el mismo banco que su esclavo, o cuando llegaba el amo y se encontraba que era su esclavo el que estaba dirigiendo el culto y administrando los sacramentos. Además, en sus principios la Iglesia era predominantemente pobre y humilde; y por tanto, si un rico se convertía e incorporaba a la comunión fraternal, existiría la tentación de darle importancia y tratarle como un trofeo especial del Señor.
La iglesia debe ser el único lugar en el que desaparecen todas esas diferencias. No puede haber diferencias de rango y prestigio cuando las personas se reúnen en presencia del Rey de la gloria. No puede haber diferencias de méritos cuando las personas se reúnen en la presencia de la suprema santidad de Dios. En su presencia, todas las diferencias terrenales son menos que polvo, y toda dignidad humana como trapos de inmundicia. En la presencia de Dios, la humanidad es solo una.
En el versículo 4 la palabra para “distinciones” es diakrithéte; que refiere a diferencias de clase, que no deben existir en la comunidad cristiana. Santiago dice: “Si obráis así, sois como jueces que tienen malos pensamientos” pensando seguramente en Mateo 7:1: “No juzguéis para que no seáis juzgados”.

La riqueza de la pobreza y la pobreza de la riqueza
Santiago 2:5-7
Dios -decía Abraham Lincoln- tiene que querer mucho a las personas sencillas, porque ha hecho un montón”.
El Evangelio siempre ha concedido prioridad a los pobres. En el primer sermón de Jesús en la sinagoga de Nazaret, su proclama fue: “¡Dios me ha ungido para que les anuncie la Buena Noticia a los pobres!” (Lucas 4:18). Su respuesta a la pregunta del perplejo Juan de si era Él el Escogido de Dios culminó en la afirmación: “¡Y a los pobres se les proclama el Evangelio!” (Mateo 11:5). La primera de las Bienaventuranzas fue: “¡Bienaventurados los pobres- en espíritu, porque suyo es el Reino del Cielo!” (Mateo 5:3).
Durante el ministerio de Jesús, cuando le cerraron las puertas de las sinagogas y salió a los caminos, los cerros y las costas, fue a las multitudes de hombres y mujeres corrientes a los que dirigió su mensaje. En los días de la Iglesia Primitiva era a las multitudes a las que se dirigían los predicadores callejeros. De hecho, el Evangelio proclamaba que eran los que no les importaban a los poderosos ni a los ricos los que le importaban supremamente a Dios (1 Corintios 1:26).
No es que Cristo y la Iglesia no quieran a los grandes y a los ricos y a los sabios y a los poderosos; tenemos que estar en guardia contra la cursilería contraria, como ya hemos visto. Pero estaba claro que el Evangelio ofrecía tanto a los pobres y exigía tanto de los ricos que eran los pobres los que estaban más dispuestos a entrar en la iglesia.
Santiago no les cierra la puerta a los ricos ni mucho menos; pero está diciendo que el Evangelio de Cristo les resulta especialmente atractivo a los pobres, porque son bien recibidos los que no tenían a nadie que los recibiera, y porque se sienten apreciados los que el mundo considera que no valen nada.
En la sociedad en la que vivía Santiago, los ricos oprimían a los pobres. Los arrastraban a los tribunales, probablemente por deudas. En el límite inferior de la escala social la gente era tan pobre que a duras penas podía vivir, y los prestamistas eran abundantes y despiadados… No es la riqueza lo que condena Santiago, sino la conducta dé los ricos despiadados.
Eran los ricos los que blasfemaban el Nombre que invocaban los pobres. Tal vez se refiera al nombre de cristianos que los de Antioquía les pusieron de mote burlesco a los seguidores de Cristo; o puede que fuera el nombre de Cristo que se pronunciaba sobre los cristianos en el bautismo. La palabra que usa Santiago es epikaléisthai, que era la que se usaba cuando una mujer tomaba el nombre del marido al casarse, o un chico, al que se ponía el nombre del padre cuando le reconocía. El cristiano toma el nombre de Cristo; se llama cristiano por su relación con Cristo, como si en el bautismo naciera y fuera reconocido como miembro de la familia de Cristo.
Los ricos y los amos tendrían muchas razones para injuriar el nombre de cristiano. Un esclavo que se hacía cristiano daba muestras de una nueva independencia; ya no se arrastraría ante el poder de su amo, el castigo dejaría de atemorizarle y aparecería ante el amo revestido de una nueva personalidad.

La Ley del Reino de Dios
Santiago 2:8-11
Santiago llama al gran mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos la ley regia. Eso puede querer decir que es la ley de suprema excelencia; o que es la ley dada por el Rey de reyes o la ley que es digna de reyes. Es una ley diseñada para los que tienen una dignidad regia, y que se la confiere a las personas.
Santiago prosigue estableciendo un gran principio acerca de la ley de Dios. El quebrantar cualquier parte de ella es ser un transgresor. Los judíos solían considerar la ley como una serie de mandamientos independientes. El guardar uno era adquirir un crédito; el quebrantarlo era incurrir en una deuda. Uno podía sumar los que guardaba y restar los que desobedecía, y tener un balance positivo o negativo.
Santiago veía que la totalidad de la ley era la voluntad de Dios; el quebrantar cualquiera de sus partes era infringir esa voluntad y, por tanto, cometer un pecado. El quebrantar cualquier parte de la ley es ser un transgresor en principio. Hasta bajo las leyes humanas, uno es considerado culpable cuando ha incumplido una ley determinada.
Así es que Santiago sostiene: “No importa lo bueno que seas en otras áreas; si haces discriminación cuando tratas a las personas, has actuado contra la voluntad de Dios y has quebrantado su ley”.
Hay aquí una gran verdad que es pertinente y práctica. Podemos expresarla más sencillamente. Uno puede ser en casi todos los sentidos una buena persona; pero se puede echar a perder sólo por una falta. Puede que sea moral en sus acciones, puro en su conversación, meticuloso en su religión; pero, si es rígido y antipático, intolerante y creído, eso echa a perder todas sus virtudes.

La ley de la libertad y de la misericordia
Santiago 2:12-13
Al llegar al final de esta sección, Santiago les recuerda a sus lectores dos grandes hechos de la vida cristiana.
1) El cristiano vive bajo la ley de la libertad, y es de acuerdo con ella como se le juzgará. El cristiano no es una persona cuya vida se rija por las presiones exteriores de toda una serie de reglas y de normas que se le imponen desde fuera, sino por la obligación interior del amor. Sigue el buen camino, que es el del amor a Dios y a sus semejantes, no porque se lo imponga ninguna ley externa sino porque el amor de Cristo que tiene en el corazón le hace desearlo.
2) El cristiano debe tener siempre presente que sólo el que tiene misericordia encontrará misericordia. Este es un principio de se encuentra en toda la Sagrada Escritura (Mateo 5:7; 6:14 y ss.; 18:22-35).
La enseñanza de la Escritura es unánime en el sentido de que, el que quiera que se tenga misericordia de él, deberá tenerla de sus semejantes. Y Santiago llega aún más lejos: porque acaba diciendo que la misericordia triunfa en el juicio; con lo que quiere decir que el Día del Juicio, el que haya tenido misericordia verá que su misericordia ha llegado hasta a borrar sus propios pecados.

La fe y las obras
Santiago 2:14-26
Este es un pasaje que debemos tomar en conjunto antes de estudiarlo por partes, porque se usa muy a menudo para demostrar que Santiago y Pablo no estaban de acuerdo. Se supone que Pablo hace hincapié en que somos salvos por la fe sola, y que las obras no cuentan para nada en el proceso salvífico (Romanos 3:28; Gálatas 2:16).
A veces se afirma que Santiago, no sólo difiere de Pablo, sino que le contradice abiertamente. Esta, es una cuestión que debemos investigar.
a) Empezamos por advertir que el punto de vista de Santiago es el de todo el Nuevo Testamento en general. Juan el Bautista predicaba que la gente tenía que demostrar la autenticidad de su arrepentimiento con la excelencia de sus obras (Mateo 3:8; Lucas 3:8). Jesús predicaba que había que vivir de tal manera que el mundo viera las buenas obras de sus seguidores y dar la gloria a Dios (Mateo 5:16). Insistía en que a las personas se las conocía por sus frutos lo mismo que a los árboles, y que una fe que no se manifiesta nada más que de palabra nunca podría tomar el lugar de la que se expresa haciendo la voluntad de Dios (Mateo 7:15-21).
Pablo también expresa repetidas veces la importancia que asigna a las obras como parte de la vida cristiana. Habla del Dios que “pagará a cada uno conforme a sus obras” (Romanos 2:6); exhorta a todos a despojarse de las obras de las tinieblas y vestirse las armas de la luz (Romanos 13:12). Sostiene que cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor (1 Corintios 3:8; 2 Corintios 5:10).
El hecho de que el Cristianismo se tiene que demostrar con hechos es una parte esencial de la fe cristiana según todo el Nuevo Testamento.
b) Pero el hecho es que Santiago sigue pareciendo como si no estuviera de acuerdo con Pablo; porque, a pesar de todo lo que ya hemos dicho, Pablo hace hincapié especialmente en la gracia y la fe, mientras que Santiago lo hace sobre la acción y las obras. Pero hay que decir una cosa: lo que Santiago ridiculiza no es la idea de Pablo sino una perversión de ella.
La posición esencialmente paulina se contiene en la frase: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16: 31). Pero está claro que el sentido depende totalmente del significado que le demos a creer.
Hay dos maneras de creer: Hay una manera de creer que es puramente intelectual; pero lo que creo no tiene la más mínima influencia en mi vida: lo acepto, pero no tiene ningún efecto en mí; y hay otra manera de creer que es llevar esa convicción; no sólo en la mente, sino a la vida y la acción.
A lo que Santiago se opone es a la clase de creencia que consiste en aceptar un hecho sin dejarle que tenga la más mínima influencia en nuestra vida. Los demonios también están convencidos intelectualmente de la existencia de Dios; de hecho, hasta tiemblan de miedo cuando piensan en Él; pero su creencia no los cambia en lo más mínimo.
Para Pablo creer en Jesucristo quería decir llevar esa fe a cada porción de la vida, y vivir de acuerdo con ella.
El hecho es que nadie se puede salvar por las obras; pero es igualmente cierto que nadie se puede salvar sin producir obras. La diferencia entre Santiago y Pablo depende de su punto de partida. Pablo empieza por el gran hecho básico del perdón de Dios que nadie puede merecer o ganar; Santiago empieza por el que es ya cristiano, e insiste en que debe demostrar que lo es en, sus obras. No somos salvos por hacer las obras; somos salvos para hacer las obras; estas son las verdades gemelas de la vida cristiana. Pablo insiste en la primera, y Santiago en la segunda. De hecho, no se contradicen, sino se complementan; y el mensaje de ambos es esencial a la fe cristiana en su forma más plena. Como decía Lutero: “La fe salva sin obras; pero la fe que salva va siempre seguida de obras”.

Fe y obras
Santiago 2:14-17
Lo que Santiago no puede soportar es la profesión sin la práctica, las palabras sin acciones. Escoge una ilustración muy clara de lo que quiere decir… ¿Para qué sirve una compasión que no pasa a la ayuda práctica? La fe sin obras es una cosa muerta. Este es un pasaje que tendría sentido especialmente para los judíos.
Para un judío, la limosna tenía una importancia suprema. Tanto era así que se usaba la misma palabra para limosna y para justicia o integridad. La limosna se consideraba como la única defensa de una persona cuando Dios la juzgara. Cuando los líderes de la iglesia de Jerusalén dieron su conformidad a que Pablo se dirigiera a los gentiles, la única condición que le pusieron fue que no se olvidaran de los pobres (Gálatas 2:10). Esta insistencia en la ayuda práctica era una de las grandes y buenas señales de la piedad judía.
Pero había una tendencia en la religiosidad griega a la que esta insistencia en la compasión y la limosna resultaría extraña… Cuando Virgilio hace el retrato del hombre perfectamente feliz, menciona que no tiene piedad de los pobres, ni compasión de los afligidos; porque tales emociones desequilibrarían su serenidad. Esa actitud es la opuesta a la judía.
En su planteamiento de este asunto, Santiago es profundamente correcto. No hay nada más peligroso que la experiencia repetida de una emoción sutil que no conduce a la acción. En cierto sentido es cierto que nadie tiene derecho a sentir compasión a menos que por lo menos haga lo posible por concretarla en acción. Una emoción no es nada, en lo que nos podamos regodear; sino algo que, al precio del esfuerzo, la disciplina y el sacrificio, debe convertirse en una acción favorable y provechosa.

Fe más obras
Santiago 2:18-19
Santiago no admitiría una cosa sin la otra…eso. No es cosa de o fe u obras, sino de fe más obras.
Desgraciadamente, el Cristianismo se les presenta falsamente a muchos como una cuestión de una cosa o la otra…
En una vida bien equilibrada debe haber pensamiento y acción… Así también en una vida cristiana bien equilibrada debe haber oración y esfuerzo. También aquí existe la tentación a dividir los santos en dos categorías: los que se pasan la vida retirados del mundanal ruido, de rodillas y en constante devoción, y los laboriosos que se meten en el polvo y el barro y el calor del día. Pero eso no alcanza...
Desde luego, es cierto que hay algunos que, por causa de la salud o de la edad, no pueden hacer más que orar, y sus oraciones son necesarias y eficaces. Pero, si una persona normal cree que la oración puede ocupar el lugar del esfuerzo y el riesgo, su vida de oración puede que sea simplemente una forma de evasión. La oración y el esfuerzo deben ir codo con codo.
Por lo tanto en una vida cristiana bien equilibrada debe haber fe y obras. Es solamente en las obras como se muestra y demuestra la fe; y es solamente por la fe como se emprenderán y realizarán las obras.

La prueba de la Fe
Santiago 2:20-26
Santiago presenta dos ilustraciones del punto de vista en el que está insistiendo. Abraham es el gran ejemplo de la fe, pero patentizó su fe cuando estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo único Isaac cuando entendió que Dios se lo demandaba. Rahab, por otra parte, era una figura famosa en las leyendas judías. Dio refugio a los espías israelitas que habían ido a observar la Tierra Prometida (Josué 2:1-21). Fue el trato que les dio a los espías lo que demostró que tenía fe.
Tanto Pablo como Santiago tienen razón aquí. Si Abraham no hubiera tenido fe, no habría respondido a las llamadas de Dios. Si Rahab no hubiera tenido fe, nunca habría corrido el riesgo de comprometer su futuro con la suerte de Israel.
Pero también, si Abraham no hubiera estado dispuesto a obedecer a Dios hasta lo último, su fe habría sido irreal; y a menos que Rahab hubiera estado dispuesta a arriesgarse a ayudar a los espías israelitas indefensos, su fe habría sido inútil.
Estos dos ejemplos demuestran que la fe y las obras no son actitudes opuestas; de hecho, son inseparables. Ninguna persona se sentirá nunca movida a la acción si no tiene fe; y su fe no será genuina a menos que la mueva a la acción.
La fe y las obras son los dos lados de la moneda que representa nuestra experiencia de Dios.




CAPÍTULO 3

Un ministerio riesgoso
Santiago 3:1
Los maestros tenían una importancia de primer orden en la Iglesia Primitiva. Siempre que se los menciona, es con honor. En la iglesia de Antioquía se los equipara a los profetas, y juntos mandaron a Pablo y Bernabé a su primer viajes misionero (Hechos 13:1). En la lista que nos da Pablo de los que tenían un ministerio importante en la Iglesia se los menciona a continuación de los apóstoles y los profetas (1 Corintios 12:28; Efesios 4:11). Los apóstoles y los profetas eran ministerios itinerantes. Su campo era toda la Iglesia; y no se quedaban mucho tiempo en cada congregación. Pero los maestros tenían un ministerio local, y su suprema importancia dependía del hecho de que era a ellos a los que correspondía instruir y edificar a los convertidos en las verdades del Evangelio.
Había maestros que trataban de hacer del Evangelio una especie de judaísmo, y trataban de introducir la circuncisión y la observancia de la ley del Antiguo Testamento (Hechos 15: 24). Había maestros que no vivían nada de la verdad que enseñaban, cuya conducta estaba en contradicción con su instrucción y que no hacían más que deshonrar la fe que representaban (Romanos 2:17-29). Había algunos que trataban de enseñar antes de llegar ellos mismos a saber nada (Timoteo 1:6s); y otros que no querían más que satisfacer los deseos vanos de la gente (2 Timoteo 4:3).
Pero, aparte de los falsos maestros, Santiago está convencido de que la enseñanza es una ocupación peligrosa. Su instrumento es la palabra, y su agente, la lengua…El maestro cristiano entraba en posesión de una herencia peligrosa; tomaba el lugar de los rabinos judíos… Muchos rabinos (rabí quiere decir “mi grande”) solían caer en la soberbia y en la manipulación de sus alumnos. No había profesión más propensa a generar orgullo intelectual y espiritual.
Hay dos peligros que deben evitar los maestros. Debe asegurarse de que está enseñando la verdad y no sus propias opiniones y aun prejuicios. Es fatalmente fácil para un maestro el tergiversar la verdad y enseñar, no la versión de Dios, sino la suya propia; Y debe tener mucho cuidado de no contradecir sus enseñanzas con su vida…
La advertencia de Santiago es que el maestro ha entrado voluntariamente en una posición especial; y está, por tanto, en peligro de una mayor condenación si falla. Las personas a las que Santiago estaba escribiendo codiciaban el prestigio del maestro; Santiago les recuerda su responsabilidad.

El peligroso uso de la lengua:
Un peligro universal
Santiago 3:2
Santiago concreta dos ideas que estaban en el pensamiento judío.
a) No hay persona en el mundo que no cometa ningún pecado. La palabra que usa Santiago quiere decir literalmente resbalar… El pecado muchas veces no es deliberado, sino el resultado de un resbalón que nos ha pillado desprevenidos. La universalidad del pecado aparece en toda la Biblia (Romanos 3:10, 23; 1 Juan 1:8; Eclesiastés 7:20). No cabe el orgullo en la vida humana, porque no hay ser humano en la Tierra que no tenga ningún defecto del que avergonzarse.
b) No hay pecado en el que sea más fácil caer ni de peores consecuencias que los pecados de la lengua. También esta idea se encuentra entretejida en el pensamiento judío. Jesús nos ha advertido que tendremos que dar cuenta de toda palabra ociosa que se nos escape (Mateo 12: 36 y ss.). También lo dice el Antiguo Testamento (Proverbios 15:1-4).

Pequeña y poderosa
Santiago 3:3-5a
Santiago pone dos ejemplos de cosas pequeñas que controlan otras muy grandes.
-A los caballos les ponemos el freno en la boca porque sabemos que, si les controlamos la boca, podemos dirigir todo su cuerpo. De la misma manera, dice Santiago, si podemos controlar la lengua, tenemos el resto del cuerpo a nuestras órdenes; y si no podemos controlar la lengua, todo lo demás de la vida irá por mal camino.
-El timón es muy pequeño en comparación con todo el navío; y sin embargo, al hacer presión en ese instrumento tan pequeño, el timonel puede dirigir el rumbo del navío y llevarlo al puerto. La lengua también es pequeña, pero puede dirigir todo el curso de la vida de una persona, y más.
Santiago no dice de momento que el silencio sea mejor que las palabras. Lo que sí propone es que se mantenga bajo control a la lengua. La abstención de una cosa no es nunca un sustituto completo del control de su uso. Santiago no propone que guardemos silencio cobarde o culpablemente, sino que usemos el lenguaje con sabiduría.

Un fuego inflamante
Santiago 3:5b-6
El daño que puede causar la lengua es como el de un fuego en el bosque. La figura del fuego del bosque es frecuente en la Biblia (Salmo 83:13 y ss.; Isaías 9:18; Zacarías 12:6). Apunta a algo que los judíos de Palestina conocían muy bien. En la estación seca, la maleza y el monte bajo ardían tan fácilmente como la estopa. Si se producía un fuego, las llamas se extendían como una ola imposible de detener.
a) Llega muy lejos. La lengua puede causar daño a distancia. Una palabra casual que se deja caer en un extremo de la ciudad o del país acaba por llevar el dolor o el perjuicio hasta el otro extremo… (Salmo 73:9)
Ese es realmente el peligro de la lengua. Una palabra maliciosa que se deja caer es algo que puede producir un perjuicio incalculable, y que no se puede evitar ni esquivar porque no se ve venir ni se sabe de dónde viene.
b) Es incontrolable. En el clima seco de Palestina, un fuego en el bosque llegaba a estar fuera de control casi inmediatamente; y así de incontrolable es el daño que se causa con la lengua. No hay nada más difícil de apagar que un rumor; no hay nada más difícil de borrar que una historia maliciosa y falsa.
Antes de hablar, recordemos que una vez que decimos algo, ya sale de la esfera de lo que podemos controlar. Y pensemos antes de decir nada porque, aunque después ya no podremos recuperar lo dicho, no cabe duda que tendremos que responder de ello.
Debemos dedicarle un poco más de tiempo a este pasaje, porque contiene dos frases especialmente difíciles.
1) La lengua es “un mundo de maldad”. Tal vez sería mejor traducir “el mundo de la maldad”. Es decir: en nuestro cuerpo, la lengua representa todo el mundo malvado… La frase griega es ho kósmos tés adikías, y llegaremos mejor a su significado recordando que kósmos quiere decir mundo… En casi todo el Nuevo Testamento kósmos sé refiere al mundo incluyendo el matiz de mundo malo. El mundo no puede recibir al Espíritu (Juan 14:17). Jesús se manifiesta a sus discípulos, pero no al mundo (Juan 14:22). El mundo Le odia; y, por tanto, también odia a sus discípulos (Juan 15:18 y ss.). El Reino de Jesús no es de este mundo (Juan 18:36)… Cuando se usa kósmos en este sentido quiere decir el mundo sin Dios, el mundo que ignora, y a menudo es hostil, a Dios. Por tanto, si llamamos a la lengua el kosmos malo, queremos decir que es el compendio de todos los males. Una lengua descontrolada es un mundo hostil a Dios.
2) La segunda frase difícil es “la rueda de la creación” (trójos tés guenéseós). El mundo antiguo usaba la figura de la rueda para describir la vida… La rueda es un círculo, una entidad redonda y completa y, por tanto, la rueda de la vida refiere a la totalidad de la vida. Lo que Santiago está diciendo es que la lengua puede provocar y extender un incendio destructor que puede arrasar toda la vida; y que la lengua misma está inflamada con el fuego del mismísimo infierno. De ahí su terrible potencia.

Indomable
Santiago 3:7-8
La idea de domesticar la creación animal para servicio humano aparece en la historia de la Creación. Dios dijo del hombre: “Señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1:26). La misma promesa se le repitió a Noé (Génesis 9:2). El salmista tenía el mismo pensamiento (Salmo 8:6-8)… El mundo romano conocía los peces domesticados, que se tenían en piscinas en el patio central o atrium de las casas romanas. La serpiente era el emblema de Esculapio, y en sus templos había serpientes amaestradas reptando en libertad; que se suponía que eran reencarnaciones del dios…
Los hombres se las han ingeniado para domar todos los animales salvajes en el sentido de controlarlos y servirse de ellos; eso, dice Santiago, es lo que ningún ser humano, por mucho que lo intente, puede hacer con la lengua.

Bendición y maldición…
Santiago 3:9-12
Sabemos muy bien por propia experiencia que hay una quiebra en la naturaleza humana. Todos tenemos algo de ángeles y algo de simios, algo de héroes y algo de villanos, algo de santos y mucho de pecadores. Santiago está convencido de que donde se presenta esta contradicción más evidentemente es en la lengua.
Las mismas bocas y lenguas que bendecían a Dios de manera frecuente y piadosa, maldecían a las personas. Para Santiago eso era absolutamente antinatural, tanto como que una misma fuente fluyera agua dulce y agua salada, o un árbol diera frutos totalmente distintos. Aquello podría estar muy mal y ser contrario a la naturaleza, pero era y es trágicamente corriente.
Pedro podía decir: “Aunque tenga que morir contigo, ¡no te negaré!” (Mateo 26:35), y esa misma lengua suya negaría a Jesús poco tiempo después con juramentos y maldiciones (Mateo 26:69-75). El Juan que dijo: “Hijitos, amaos unos a otros”, era el mismo que había querido una vez hacer que lloviera fuego del cielo y arrasara una aldea samaritana (Lucas 9:51-56). Hasta las lenguas de los apóstoles podían decir cosas totalmente contradictorias… No es una cosa del otro mundo el usar una lengua muy piadosa el domingo y otra soez y blasfema el lunes. A menudo una persona habla con dulce misericordia en una reunión de la iglesia, y cuando sale masacra la reputación de alguien con lengua de víbora.
Las cosas, dice Santiago, no deberían ser así… Es uno de los deberes más difíciles y obvios el impedir que la lengua no se contradiga a sí misma, sino que diga siempre tales cosas, y de tal manera, como querríamos que Dios pudiera oír.

Sabiduría de lo alto
Santiago 3:13-17
Santiago vuelve, como si dijéramos, al principio del capítulo.
Refiere que quien pretende ser sabio debe demostrarlo con sus acciones manifiestas de bondad… De lo contrario no es verdaderamente sabio, por más que lo pretenda.
Los maestros tienen siempre una doble tentación.
a) Los ataca la tentación de la arrogancia (“celos amargos”). Era el pecado característico de los rabinos… Se escribía sobre ellos: “El que es arrogante en sus decisiones es estúpido, malvado, orgulloso de espíritu”. Pocos están en tan constante peligro espiritual como los maestros y los predicadores. Están acostumbrados a que los escuchen y a que se acepten sus palabras. Es muy difícil ser maestro o predicador y seguir siendo sencillo; pero es absolutamente necesario.
b) Los ataca la tentación de la agresividad (“contención en vuestro corazón”). Una de las cosas más difíciles del mundo es discutir sin pasión, y enfrentarse con los razonamientos sin herir. El estar totalmente convencido de lo que uno cree sin ridiculizar lo que creen otros es sumamente difícil; pero es de primera necesidad para el maestro cristiano.
El agresivo considera a sus oponentes como enemigos a los que tiene que aniquilar, y no como amigos a los que tiene que convencer, y el arrogante está orgulloso de lo que sabe, y se olvida lo mucho que no sabe. El verdadero maestro será mucho más consciente de lo que no sabe que de lo que sabe.
A esta sabiduría humana, Santiago la describe como es en sí, y después en sus efectos:
1) Es terrenal. Su nivel y su origen son terrenales. Mide el éxito en términos mundanos; como lo son también sus fines.
2) Es propia del hombre natural. La palabra que usa Santiago es difícil de traducir. Es psyjikós, que viene de psyjé. Los antiguos dividían la persona en tres partes: cuerpo, alma y espíritu. El cuerpo (sóma) es nuestro componente físico de carne y sangre; el alma (psyjé) es la vida física que compartimos con todos los seres vivos, y el espíritu (pneuma) es lo característico de la persona, lo que la distingue de los animales y la hace una criatura racional y semejante a Dios.
Santiago está diciendo que esa falsa sabiduría no es más que algo animal; es la clase de sabiduría que muestra arrogancia y agresividad.
3) Es demoníaca. Su origen no está en Dios, sino en el demonio. Crea la clase de situaciones que le gustan al demonio, no a Dios.
Santiago dice entonces que esta sabiduría arrogante y agresiva desemboca en desorden. Es decir: en lugar de relacionar a las personas, las separa; en vez de producir la paz, produce incompatibilidad y enemistad… Es duro, pero necesario, tener que reconocer que esta sabiduría demoníaca más que divina.
Santiago entonces hace referencia a la verdadera sabiduría; a la que viene de Dios…
Los sabios judíos siempre estuvieron de acuerdo en que la verdadera sabiduría venía de arriba: no era un logro humano, sino un don de Dios.
Santiago usa ocho palabras para describir esta sabiduría, en cada una de las cuales hay toda una escena.
a) La verdadera sabiduría es pura. En griego, hágnos, que describía la pureza moral que es necesaria para tener acceso a la divinidad… La sabiduría humana desearía escapar de la vista de Dios; la verdadera sabiduría puede soportar su escrutinio.
b) La verdadera sabiduría es pacífica. En griego eirénikós, que refiere a la correcta relación entre hombre y hombre y entre hombre y Dios. La verdadera sabiduría produce relaciones correctas y atrae a las personas más cerca de sus semejantes y de Dios.
c) La verdadera sabiduría es amable. En griego epieikés. Esta es la palabra griega más difícil de traducir de todas las del Nuevo Testamento. Se aplica a la persona que sabe perdonar cuando la justicia implacable le da perfecto derecho a condenar; que recuerda que hay cosas en el mundo que son más importantes que las normas y las reglas. Es la habilidad de extender a los demás la amable consideración que querríamos que se tuviera con nosotros.
d) La verdadera sabiduría es benigna. En griego eupeithés que refiere a aquel que es fácil de persuadir, no en el sentido de ser voluble y manejable, sino en el de no ser testarudo y atender a razones. La verdadera sabiduría está dispuesta a tomar las cosas en consideración, y sabe cuando tiene que ceder sabiamente.
e) Vamos a tomar juntos los dos términos siguientes. La verdadera sabiduría es llena de misericordia (éleos) y de buenos frutos. Éleos es una de las palabras que adquirió un nuevo significado con la llegada del Cristianismo y quiere decir misericordia para con la persona que está pasando por dificultades, aunque sea por su propia culpa. Es la piedad cristiana como reflejo de la piedad de Dios… En el pensamiento cristiano éleos se aplica a la misericordia que desemboca en buenos frutos; es decir, que ofrece ayuda práctica. La piedad cristiana no es una emoción que no llega nunca a la acción. Nunca debemos decir que nos da pena de alguien, y no hacer lo posible por ayudarle.
f) La verdadera sabiduría sin incertidumbre. En griego adiákritos, que mejor se traduce “sin doblez”. Esto quiere decir que no duda ni vacila; sabe lo que piensa, elige su curso de acción y lo mantiene, porque la sabiduría cristiana se basa en las certezas que nos llegan de Dios mediante Jesucristo.
g) La verdadera sabiduría es sin hipocresía. En griego anypókritos. Es decir: no es una pose, ni una actitud fingida. Es sincera; no pretende ser lo que no es, ni hace el papel para conseguir su propio fin.

Sembrando la paz
Santiago 3: 18
Por último, Santiago dice algo que todas las iglesias y grupos cristianos deben llevar en el corazón. Esta es una frase muy comprimida. Paz, en griego eiréné, quiere decir la debida relación entre las personas… Así que, lo que Santiago está diciendo es que nada bueno puede crecer en un ambiente en el que las personas están en constante rivalidad y desacuerdo.
Un grupo en el que hay agresividad y pelea es terreno estéril en el que no pueden germinar ni producir las semillas de la justicia. La persona que contiende en sus relaciones personales y es responsable de peleas y rivalidades se ha excluido a sí misma voluntariamente de la recompensa que Dios da a los que viven sabiamente la vida que Él les da.
Los que hacen la paz son los que manifiestan la sabiduría que viene de Dios… Ser sabios con la sabiduría que viene de lo alto nos hace ser sembradores de la paz; y como tales hacedores de la paz como hijos de Dios (Mateo 5: 9)




CAPÍTULO 4

El deseo egoísta
Santiago 4:1-3
Santiago les plantea a sus lectores una cuestión fundamental: si la finalidad de su vida es someterse a la voluntad de Dios o satisfacer el ansia de placeres de este mundo. Les advierte que, si el placer es el objetivo de su vida, lo único que van a conseguir son peleas, y odio, y divisiones. Dice que el resultado de una ansiosa búsqueda de placeres es polemoi (guerras) y majai (batallas). Quiere decir que la búsqueda febril de placeres desemboca en unos resentimientos interminables que son como guerras, y en unas explosiones repentinas de enemistad que son como batallas.
Cuando miramos a la sociedad humana, vemos a menudo una masa hirviente de odios y peleas. La raíz de este conflicto incesante y violento no es otra cosa que el deseo egoísta…
Platón escribe: “La sola causa de las guerras y revoluciones y batallas no es otra que el cuerpo y sus deseos”; y Cicerón decía: “Son los deseos insaciables los que trastornan, no sólo a las personas, sino a familias enteras, y que hasta demuelen el estado. De los deseos surgen los odios, divisiones, discordias, sediciones y guerras”.
El Nuevo Testamento presenta con toda claridad el hecho de que este deseo arrollador de los placeres del mundo es siempre un peligro amenazador para la vida espiritual. Son los cuidados y las riquezas y los placeres de esta vida los que se asocian para sofocar la buena semilla (Lucas 8:14). Una persona puede llegar a estar tan dominada por las pasiones y placeres que la malicia y la envidia y el odio invaden su vida y se apoderan de ella totalmente (Tito 3:3).
La disyuntiva clave de la vida está en agradar a nuestra naturaleza caída o agradar a Dios; y un mundo en el que el fin principal del hombre es agradarse a sí mismo es un campo de batalla para la barbarie y la división.
Las consecuencias de la codicia y el deseo exacerbado son terribles… El ansia de placer arrastra a las personas a acciones vergonzosas. Las impulsa a la envidia y a la enemistad; y hasta al asesinato.
Todos los crímenes del mundo empiezan por un deseo que en un principio no es más que un sentimiento del corazón pero que, abrigado largo tiempo, acaba por llegar a la acción.
Este deseo acaba por cerrar la puerta de la oración. Si las oraciones de una persona se limitan a aquellas cosas que pueden gratificar sus deseos, son esencialmente egoístas; y, por tanto, no es posible que Dios las conceda. El fin verdadero de la oración es decirle a Dios: “Hágase Tu voluntad”… Es indudable que los egoístas no pueden orar como es debido; nadie podrá nunca orar como se debe orar si no ha desplazado su ego del centro de su vida, y ha dejado que sea Dios quien lo ocupe.
En esta vida tenemos que escoger entre nuestros deseos y la voluntad de Dios. Si escogemos nuestros deseos, nos alejamos de nuestros semejantes y de Dios.

Infidelidad para con Dios
Santiago 4:4-7
Santiago menciona a las almas adúlteras… Es verdad que no se pretendía que la palabra tuviera aquí su sentido literal; no se hace referencia al adulterio físico, sino espiritual. La idea se basa en la concepción corriente en el Antiguo Testamento de que el Señor es el esposo de Israel, e Israel la esposa del Señor (Isaías 54:5; Jeremías 3:20). Esta idea del Señor como el marido y de la nación de Israel como la esposa explica la manera en que expresa constantemente el Antiguo Testamento la infidelidad espiritual en términos de adulterio físico. El hacer un pacto con los dioses de tierras extrañas, y el ofrecerles sacrificios, y el celebrar matrimonios con extranjeros era prostituirse (Éxodo 34:15 y ss.; Deuteronomio 31:16; Oseas 9:1).
Es en este sentido espiritual en el que el Nuevo Testamento habla de una generación adúltera (Mateo 16:4; Marcos 8:38). La alegoría pasó al pensamiento cristiano, en el que se presenta a la Iglesia como la esposa de Cristo (2 Corintios 11:1 y ss.; Efesios 5:24-28; Apocalipsis 19:7; 21:9).
Esta manera de hablar puede escandalizar a algunos oídos modernos; pero contiene una idea preciosa. Quiere decir que el desobedecer a Dios es como romper la promesa matrimonial; que todo pecado es un pecado contra el amor; que nuestra relación con Dios no es distante, como entre un rey y sus súbditos o un amo y sus esclavos, sino íntima como la de marido y mujer.
Cuando pecamos quebrantamos el corazón de Dios, como se quebranta el corazón de un cónyuge por la deserción del otro.
Santiago nos dice en este pasaje que amar al mundo es enemistarse con Dios; y, por tanto, el que es muy amigo del mundo se coloca en la posición de enemigo de Dios.
Esto no se dice por desprecio al mundo; Santiago habría estado de acuerdo en que este mundo es creación de Dios; y, como Jesús, se habría complacido en su belleza.
Ya hemos visto que el Nuevo Testamento usa a menudo la palabra kósmos en el sentido de que el mundo está apartado de Dios (Romanos 8: 7y ss.; 2 Timoteo 4:10). Se refiere a la mundanalidad; cuando uno dedica totalmente su vida a las cosas materiales, no se la puede dedicar a Dios. En ese sentido, el que le dedica su vida a este mundo está enemistado con Dios.
El mejor comentario a este dicho es el de Jesús: “Nadie puede servir a dos señores…” (Mateo 6:24); podemos estar tan dominados por ellas que el mundo llega a ser nuestro amo.
Una persona puede, o servirse del mundo, o estar a su servicio. Usar el mundo para servir a Dios y a la humanidad es ser amigo de Dios, porque eso es lo que Dios quiere que hagamos. Pero dejarnos usar por un mundo dictador y tirano de la vida es estar en enemistad con Dios, porque eso es algo que Dios no quiere que sea el mundo.
El versículo 5 es algo difícil… Para empezar, se nos presenta como una cita de la Escritura, pero no sabemos de dónde se ha tomado; podemos suponer que Santiago está resumiendo en una frase mucho del sentido del Antiguo Testamento sin referirse a ningún pasaje en particular.
El sentido es que Dios es un Esposo celoso, que no consiente competidor. El Antiguo Testamento no tenía nunca reparo en aplicarle a Dios la cualidad de celoso (Deuteronomio 32:16; 32:21; Éxodo 20:5; 34:14).
La palabra española celoso viene del griego zélos, que contiene la idea de calor ardiente. El sentido es que Dios ama a la humanidad con tan ardiente pasión que no puede soportar ningún otro amor supremo en los corazones de los seres humanos.
Santiago sale al encuentro de una reacción casi inevitable a su descripción de Dios como un enamorado celoso. Si Dios es así, ¿cómo podrá nadie ofrecerle la devoción que Él exige?
Y la respuesta de Santiago es que, si Dios hace una gran demanda, también da gran gracia para cumplirla; y cuanto más grande la demanda, mayor es la gracia que Dios da.
Pero la gracia tiene una característica constante: una persona no puede recibirla hasta que se da cuenta de que la necesita, y acude a Dios solicitando humildemente su ayuda. Por tanto, siempre será verdad que Dios está en contra de los soberbios y da su gracia pródigamente a los humildes (Proverbios 3:34; 1 Pedro 5:5).
La palabra griega para soberbia es hyperéfanos, que quiere decir literalmente el que se coloca por encima de los demás; el que la padece puede parecer de lo más humilde, cuando en realidad siente en el corazón un desprecio olímpico hacia todos sus semejantes. Se cierra a Dios porque jamás reconoce su propia necesidad, es tan autosuficiente que no tiene obligaciones para con nadie, ni siquiera para con Dios, y no reconoce, por ello, su propio pecado.
La humildad de que habla Santiago no consiste en rebajarse, porque el cristiano tiene la humildad de saber que tiene que pelear sus batallas con el tentador, no con su propio poder, sino con el poder de Dios. El gran ejemplo y la gran inspiración es Jesús en sus tentaciones. En ellas Jesús dejó bien claro que el diablo no es invencible; cuando se enfrenta con la Palabra de Dios, tiene que huir.
Y sabe además que tiene el mayor privilegio, que es la comunión con Dios. Esto es algo imponente, porque el derecho de acceso a la presencia de Dios en el antiguo orden de cosas era una exclusiva de los sacerdotes (Éxodo 19:22). Pero por la obra de Jesucristo, cualquier creyente puede acercarse confiadamente al trono de Dios, seguro de que encontrará misericordia y gracia que le ayuden en el momento de la necesidad (Hebreos 4:16).
Los cristianos debemos ser humildes; pero es una humildad que nos da un valor invencible y que sabe que el acceso a Dios está abierto hasta para el santo más tímido.

La pureza llena de piedad
Santiago 4:8-10
Las exigencias éticas del Evangelio no están nunca lejos del pensamiento de Santiago. Ha hablado de la gracia que Dios da a los humildes, y que permite a las personas responder a sus grandes demandas. Pero Santiago está seguro de que hay algo que se necesita además del pedir y recibir pasivamente. Está seguro de que el esfuerzo moral es de primera necesidad.
Dirige su exhortación a los pecadores. La palabra que usa es hamartólos, que quiere decir el pecador empedernido… De ellos, Santiago demanda una reforma moral que abarque tanto su conducta exterior como sus deseos íntimos. Les exige tanto manos limpias como corazones puros (Salmo 24:4).
La frase limpiaos las manos implica que Dios requería mucho más que ese lavado exterior ritualista de los judíos; así es que la frase llegó a significar la pureza moral (Salmo 26:6; Isaías 1:16; 1 Timoteo 2:8).
Santiago demanda a los indecisos (los de doble ánimo) pureza en sus corazones… El mensaje bíblico exige una limpieza una limpieza de labios (Isaías 6: 5 y ss.); una limpieza de manos (Salmo 24:4); una limpieza de corazón (Salmo 73:13) y una limpieza de la mente (Santiago 4:8). Es decir: que las exigencias éticas de la Biblia agrupan la purificación de las palabras, las obras, las emociones y los pensamientos. La persona tiene que ser limpia interior y exteriormente, porque sólo los limpios de corazón verán a Dios (Mateo 5:8).
En su demanda de aflicción piadosa, no debemos entender en este pasaje lo que Santiago no quería decir. No está excluyendo el gozo de la vida cristiana. No está exigiendo una vida lóbrega en un mundo tenebroso. Está haciendo dos cosas. Está proponiendo la sobriedad en lugar de la superficialidad, y lo hace con toda la intensidad de quien es naturalmente puritano; y está describiendo, no el fin, sino el principio de la vida cristiana.
a) Exhorta a lo que él llama la aflicción. El verbo griego es talaipórein, que puede describir la experiencia de un ejército al que se le han terminado los víveres y que no se puede abrigar de las inclemencias del tiempo. Lo que Santiago demanda es una abstinencia voluntaria de lujos innecesarios y comodidades banales. Está hablando con personas que están enamoradas del mundo; y les está exhortando a que no hagan del lujo y de la comodidad su meta en la vida. Es la abstinencia sabia la que produce al cristiano que sabe usar el mundo sin dejarse usar por el mundo.
b) Exhorta a que hagan duelo, que su risa se les convierta en aflicción, y que su alegría deje paso a la tristeza. Aquí, repetimos, Santiago está describiendo el primer paso de la vida cristiana, que se da cuando uno se encuentra cara a cara con su propio pecado y con Dios. Esa es una experiencia entristecedora… Pero eso no es el fin, ni mucho menos, de la vida cristiana. Del terrible dolor de la conciencia de pecado se pasa al gozo exuberante del perdón de los pecados. Pero para pasar al segundo paso hay que dar el primero. Santiago exige a sus oidores o lectores autosuficientes, amadores del lujo y despreocupados, que se enfrenten con sus pecados, y se avergüencen y conduelan y amedrenten; porque sólo entonces podrán alcanzar la gracia y pasar a un gozo que satisface mucho más plenamente que los placeres mundanos.
c) Exhorta al llanto. Tal vez no sea exagerado decir que Santiago puede estar pensando en lágrimas de misericordia… Santiago insiste en que los dolores y las necesidades de los demás deben atravesar la armadura de la comodidad y el placer propios. No somos cristianos hasta que percibimos el grito angustioso de la humanidad por la que Cristo murió.
Así pues, con palabras especialmente escogidas para despertar a los indiferentes de su profundo sueño, Santiago exhorta a que sus oyentes o lectores sustituyan el exceso del lujo por la disciplina de la abstinencia; a que reconozcan sus pecados y hagan duelo por ellos, y a que se identifiquen con el dolor del mundo y lloren por él.
Santiago concluye esta exhortación con una llamada a la humildad que es conforme a la piedad. Por toda la Biblia fluye la convicción de que los humildes son los únicos que pueden experimentar las bendiciones de Dios (Job 22:29; Proverbios 29:23; Isaías 57:15; Mateo 23:12; Lucas 14:11).
Solamente cuando uno se da cuenta de su pobreza en las cosas que más importan estará dispuesto a pedir las riquezas de la gracia de Dios. Solamente cuando una persona es consciente de su propia debilidad en las cosas necesarias acudirá a proveerse de la fuerza de Dios. Sólo cuando uno reconoce su pecado reconocerá también su necesidad de un Salvador y del perdón de Dios.

El criticar a los demás
Santiago 4:11-12
La palabra que emplea Santiago para hablar mal, o difamar, es katalalein. Este verbo casi siempre quiere decir calumniar a una persona que no está presente para defenderse. El pecado de la calumnia se condena en toda la Biblia. Pablo lo incluye entre los pecados que son característicos del mundo pagano (Romanos 1:30); y es uno de los que teme encontrarse en la conflictiva iglesia de Corinto (2 Corintios 12:20). Es significativo el que en estos dos pasajes la difamación aparece en íntima relación con la murmuración. Pedro también condena este pecado (1 Pedro 2:1).
Esta advertencia es muy necesaria. No nos damos cuenta en seguida de que hay pocos pecados que la Biblia condene tan tajantemente como el de la murmuración maliciosa e irresponsable. Hay pocas actividades que atraigan tanto a la gente vulgar y corriente como esta; el escuchar y el transmitir historias denigrantes -especialmente sobre alguna persona distinguida- es una actividad fascinante para la mayoría de la gente.
Santiago lo condena por dos razones fundamentales.
a) Es una violación de la ley regia de amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos (Santiago 2:8; Levítico 19:18). Está claro que uno no puede amar a, su prójimo como a sí mismo y difundir calumnias acerca de él.
Ahora bien: el que quebranta una ley a sabiendas, se coloca por encima de la ley; es decir, que se pone de juez sobre la ley. Pero a lo que estamos obligados es a cumplir la ley, no a juzgarla. Así que el que habla mal de su prójimo se erige en juez y se atribuye el derecho a quebrantarla y, por tanto, se condena a sí mismo.
b) Es una violación de la prerrogativa de Dios. El calumniar a nuestro prójimo es, de hecho, sentenciarle. Y ningún ser humano tiene derecho a juzgar a otro; ese derecho le pertenece y corresponde solamente a Dios.
Podríamos creer que el hablar mal de otro no es un pecado muy grave; pero la Escritura lo considera uno de los peores, porque es quebrantar la ley regia e infringir los derechos que sólo pertenecen a Dios.


Toda jactancia es mala…
Santiago 4:13-17
Los judíos eran los mayores comerciantes del mundo antiguo; y en muchos sentidos, ese mundo les dio todas las oportunidades necesarias para poner en práctica sus habilidades comerciales. En aquel tiempo se fundaron muchas ciudades; y era corriente que los dignatarios que las fundaban estuvieran buscando ciudadanos que las ocuparan. A los judíos se les ofreció muchas veces generosamente la ciudadanía porque, donde ellos iban, iban también el dinero y los negocios… Y Santiago les dice que no se pueden hacer así los planes para el futuro; porque no sabemos ni lo que pasará el día de mañana.
Jesús contó la historia de un rico insensato que hizo fortuna e hizo planes para el futuro y se olvidó de que se le podía reclamar el alma aquella misma noche (Lucas 12:16-21). Santiago prosigue. Esta incertidumbre de la vida no debe conducirnos ni al miedo ni a la inactividad, sino a una total dependencia de Dios. Siempre ha sido la característica de las personas serias y responsables el hacer sus planes en esa dependencia de la que Pablo habla a los corintios (1 Corintios 4:19; 16:7).
La actitud verdaderamente cristiana no es vivir paralizados por el miedo a la incertidumbre del futuro, sino el dejarlo en las manos de Dios con todos nuestros planes, contentos de que no se lleven a cabo si no son la voluntad de Dios.
Santiago acaba con una advertencia. Si uno sabe que algo está mal pero sigue haciéndolo, comete un pecado. Lo que quiere decir es que, si se nos ha advertido, y se nos ha hecho ver la verdad, y seguimos disponiendo de nuestra propia vida sin tener en cuenta que el futuro está en las manos de Dios, escogemos seguir viviendo en un error culpable.




CAPÍTULO 5

La ruina de las riquezas
Santiago 5:1-3
En los primeros seis versículos de este capítulo, Santiago se propone dos cosas. La primera, mostrar lo totalmente inútiles que son las riquezas terrenales; y la segunda, mostrar el carácter detestable de los que las poseen. Al hacerlo, espera prevenir a sus lectores para que no pongan sus esperanzas en las cosas terrenales.
La palabra “aullada”. En griego odolythein, describe el terror pánico de los que se tienen que enfrentar con el juicio de Dios (Isaías 13:6; 14:31; 15:2s; 16:7; 23:1, 14; 65:14; Amós 8:3).
En Oriente había tres fuentes principales de riqueza, y Santiago usa una palabra para describir la descomposición de cada una. La palabra para pudrirse (sépein) sugiere que se trata de los cereales y los alimentos en general. Las ropas también eran una riqueza en Oriente. (Jueces 14:12; 2 Reyes 5:5, 22). Pablo aseguraba que no había codiciado el dinero ni la ropa de nadie (Hechos 20:33). El clímax de la descomposición llega al final de la lista. Hasta el oro y la plata se corroerán totalmente. Lo extraordinario es que el oro y la plata son incorruptibles; pero Santiago advierte de la manera más viva que hasta lo más precioso y aparentemente indestructible será destruido.
El moho es la prueba de que todas las cosas terrenales no tienen permanencia ni valor reales. Más aún: son una advertencia de la muerte. El deseo de estas cosas es como un moho mortal que se va apoderando de los cuerpos y las almas… Todo lo que quedará será un fuego devorador que lo aniquilará todo.
Santiago está convencido de que el concentrarse en las cosas materiales es no sólo entregarse a fantasías fugaces, sino a cosas que generan la destrucción total de la persona.
(No hay libro en ninguna literatura que hable tan explosivamente de la injusticia social como la Biblia, ni que haya actuado tan poderosamente en la dinámica social. No condena la riqueza como tal; pero no hay libro que insista más en la responsabilidad de la riqueza y en los peligros que acechan al que tiene abundancia de las cosas de este mundo).

El egoísmo y su lamentable final
Santiago 5:4-6
Aquí tenemos la condenación de la riqueza egoísta y avasalladora, y el fin al que conduce.
a) Los ricos egoístas han obtenido su riqueza injustamente. La Biblia no deja lugar a dudas de que el obrero es digno de su salario (Lucas 10:7; 1 Timoteo 5:18). Los jornaleros vivían entonces en Palestina al borde de la pobreza. El jornal era escaso; les resultaba imposible ahorrar nada; y si se les retenía el jornal, aunque fuera sólo por un día, sencillamente ni él ni su familia podían comer (Deuteronomio 24:14 y ss.; Levítico 19:13; Malaquías 3:5).
La preocupación social de la Biblia se expresa en palabras de la Ley y de los Profetas y de los Sabios por igual.
¡Santiago dice que los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos! La Biblia enseña en todas sus partes que el Señor del universo se preocupa de los derechos de los trabajadores.
b) Santiago dice que los ricos egoístas usan mezquinamente sus riquezas. Viven en la tierra desenfrenadamente siendo disolutos; que quiere decir vivir en lascivo desenfreno. Les viene la condenación a los ricos egoístas porque han usado sus riquezas para gratificar su propia ansia de lujo y sus pasiones más bajas, y han olvidado sus deberes con los demás.
c) El que escoge ese camino escoge también su fin. El destino del ganado engordado es la matanza; y los que no han buscado más que el lujo desbordado y los excesos egoístas se han engordado a sí mismos para el Día del Juicio. El egoísmo siempre conduce a la destrucción del alma.
d) Los ricos egoístas han condenado a muerte al justo que no les ofrecía resistencia, refiriéndose a los mansos que en su bondad son ultrajados por los ricos y el poder de sus riquezas… Puede que Santiago recuerde a Jesús, el Justo que no abrió su boca al ser condenado injustamente (Isaías 53) y esté diciendo que, en su opresión de los pobres y de los justos, los ricos egoístas han crucificado a Cristo otra vez. Todas las heridas que el egoísmo inflige a los que son de Cristo son heridas que se le infligen a Él.
Alcibíades, el amigo de Sócrates, vivía desenfrenadamente. A veces le decía: « Te odio; porque siempre que te veo me haces verme tal como soy.» El malvado eliminaría con gusto al bueno, porque le recuerda cómo es y cómo debería ser.

Esperando la Venida del Señor
Santiago 5:7-9
La Iglesia Primitiva vivía en constante expectación de la Segunda Venida de Jesucristo; y Santiago exhorta a los suyos a seguir esperando con paciencia, porque ya faltaba poco. El campesino tiene que esperar las lluvias tempranas y las tardías. Las primeras y las postreras lluvias se mencionan con frecuencia en la Escritura, porque tenían una gran importancia en Palestina (Deuteronomio. 11:14; Jeremías 5:24; Joel 2:23). Las lluvias tempranas eran las de otoño, sin las que la semilla no germinaría; y las lluvias tardías, las de primavera, sin las que no maduraría. El campesino necesita tener paciencia para dejar que la naturaleza haga su obra; y el cristiano necesita tener paciencia para esperar el regreso de Cristo.
Durante esa espera, hay que confirmar la fe. No se pueden echar las culpas unos a otros por los problemas de la situación en que se encuentran; porque, si lo hacen, quebrantarán el mandamiento que prohíbe a los cristianos el juzgarse unos a otros (Mateo 7: 1); y si quebrantan ese mandamiento, serán condenados. Santiago no tiene la menor duda de que la vuelta de Cristo está cerca. El Juez está a las puertas, dice usando la misma frase que Jesús (Marcos 13:29; Mateo 24:33).


La Venida del Señor
Aunque Jesucristo no volvió durante aquella generación, será interesante y provechoso reunir la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la Segunda Venida de Cristo, para que veamos la verdad esencial que encierra esta esperanza.
Podemos empezar por fijarnos en que el Nuevo Testamento usa tres palabras diferentes para describir la Segunda Venida de Jesucristo.
a) La más corriente es parusía, palabra que ha pasado tal cual al castellano, con el sentido del advenimiento glorioso de Jesucristo al fin de los tiempos (Mateo 24:3, 27, 37, 39; 1 Tesalonicenses 2:19; 3:13; 4:15; 5:23; 2 Tesalonicenses 2:1; 1 Corintios 15:23; 1 Juan 2:28; 2 Pedro 1:16; 3:4). En griego secular esta era la palabra normal para la presencia o la llegada de alguien, y se usa para la visita del rey o del gobernador a una provincia de su imperio.
Así que, cuando se usa esta palabra de Jesucristo, quiere decir que su Segunda Venida será la llegada del Rey para recibir la sumisión y adoración de sus súbditos.
b) El Nuevo Testamento usa también la palabra epifanaía (Tito 2:13; 2 Timoteo 4:1; 2 Tesalonicenses 2:9). En griego corriente se usa para la aparición de un dios a su adorador y también se usa de la subida al trono imperial de un nuevo emperador romano. Así que, cuando se le aplica a Jesús esta palabra, quiere decir que su Segunda Venida es la aparición de Dios a su pueblo.
c) Por último, el Nuevo Testamento usa la palabra apokalypsis (1 Pedro 1:7, 13); que en griego ordinario quiere decir descubrir, poner de manifiesto; y cuando se usa de Jesús, que su Segunda Venida será la revelación del poder y de la gloria de Dios a la humanidad.
El Nuevo Testamento deja bien claro que no hay nadie que sepa el día o la hora en que Cristo ha de volver. Tan secreto está ese tiempo que el mismo Jesús lo ignoraba (Mateo 24:36; Marcos 13:32). Por eso las especulaciones humanas sobre el tiempo de la Segunda Venida son, no solamente inútiles, sino hasta blasfemas, porque no se debe intentar descubrir lo que el Padre ha reservado exclusivamente para Sí.
Lo único que dice el Nuevo Testamento acerca de la Segunda Venida es que será tan repentina como el relámpago, y tan inesperada como el ladrón nocturno (Mateo 24:27, 37, 39; 1 Tesalonicenses 5:2; 2 Pedro 3:10); tenemos que estar preparados para cuando Él venga. Como los siervos del señor que se ha ausentado y que, no sabiendo cuándo volverá exactamente, deben tenerlo todo dispuesto para cuando vuelva, ya sea por la mañana, o al mediodía, o por la tarde (Mateo 24:35-51).
Y la larga espera no debe producir desesperación ni olvido (2 Pedro 3:4). Dios no ve el tiempo como nosotros. Para Él, mil años son como una de las vigilias de la noche; y el que pasen los años no quiere decir que haya cambiado de plan o se haya olvidado.
Debemos usar el tiempo que se nos da para llegar a ser tales que podamos recibir con gozo y sin vergüenza al Rey que venga.
Y cuando llegue ese momento, debemos estar en comunión (1 Pedro 4: 8 y ss.; 1 Corintios 16:14, 22). El autor de Hebreos exhorta a la ayuda mutua, a la mutua comunión cristiana y a darse ánimo mutuamente, porque el Día se acerca (Hebreos 10: 24 y ss.).
Juan usa el tema de la Segunda Venida como una razón para exhortar a los creyentes a permanecer en Cristo (Juan 2:28). Sin duda, la mejor preparación para salir al encuentro del Señor es vivir cerca de El día a día…
La gran verdad que hay detrás de la expectativa de la Segunda Venida es que este mundo no va a la deriva, sino se dirige hacia una consumación, y que hay un gran acontecimiento divino hacia el cual se mueve la creación entera.

La paciencia que triunfa
Santiago 5:10-11
Siempre es un consuelo saber que otros han pasado por lo que nosotros tenemos que pasar. Santiago les recuerda a sus lectores que los profetas y los hombres de Dios no habrían podido cumplir su ministerio ni dar testimonio si no hubieran sido capaces de resistir pacientemente. Les recuerda que Jesús mismo había dicho que el que persevere hasta el fin será bienaventurado, porque será salvo (Mateo 24:13).
A continuación les cita el ejemplo de Job, de quien habrían oído hablar a menudo en los discursos de la sinagoga. Solemos hablar de la paciencia de Job; pero paciencia es una palabra demasiado pasiva. Pocas personas se han expresado tan apasionadamente como Job; pero lo fundamental acerca de él es que, pese a todas las preguntas agonizantes que le rasgaban el corazón, nunca perdió la fe en Dios (Job 13:15; 16:19; 19:25). La suya no fue una sumisión muda y pasiva; peleó, y preguntó, y a veces hasta desafió; pero la llama de su fe nunca se extinguió.
La palabra que se le aplica aquí es esa gran palabra del Nuevo Testamento, hypomoné, que describe, no una paciencia pasiva, sino ese espíritu que enfrenta la marea de la duda y del dolor y del desastre, y surge al otro lado con una fe aún más fuerte.
Puede que exista una fe que nunca se queja ni cuestiona; pero más grande es la que surge del asedio de las dudas y sigue siempre creyendo… Fue la fe que mantuvo firme a Job y por la que salió triunfante, porque “el Señor bendijo el postrer estado de Job más que el primero” (Job 42:12).
Habrá momentos en la vida cuando pensemos que Dios se está lejos de nuestra situación; pero, si nos aferramos a los restos de nuestra fe, al final, nosotros también, comprobaremos que Dios es muy benigno y misericordioso.

No juréis…
Santiago 5:12
Santiago repite aquí la enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte (Mateo 5:33-37), que era sumamente necesaria en los días de la Iglesia Primitiva y probablemente en todos los tiempos. Santiago está pensando en la manera de confirmar una afirmación o una promesa o un compromiso interponiendo un juramento, que es poner a Dios por testigo. En el mundo antiguo cualquier juramento en el que se mencionara el nombre de Dios se consideraba obligante por necesidad; pero si no se mencionaba expresamente a Dios, se decía que no obligaba. El resultado fue que la cosa se convirtió en una práctica habilidosa y aguda para parecer que uno se comprometía a algo cuando en realidad no tenía intención de cumplirlo; lo cual convirtió el asunto de los juramentos en un juego burlesco de palabras.
Por otra parte, la costumbre de tomar juramentos por cualquier cosa no era más que una prueba de lo frecuente que era mentir y defraudar. En una sociedad honrada no hacen falta juramentos. Es sólo cuando no se puede uno fiar de la palabra de nadie cuando se recurre a los juramentos.
El punto de vista del Nuevo Testamento es que todas las palabras se dicen en la presencia de Dios y deben, por tanto, ser ciertas; y estaría de acuerdo en que al cristiano se le debe conocer como persona de honor, y sería totalmente innecesario tomarle juramento.
El Nuevo Testamento no condena taxativamente todos los juramentos; pero deplora la tendencia humana a la falsedad que los hace a veces necesarios.

La alabanza y la oración constantes
Santiago 5:13-15
Aquí se nos presentan algunas características dominantes de la Iglesia Primitiva.
Era una iglesia que cantaba; los cristianos originales siempre estaban listos para romper a cantar (Corintios 14:15, 26; Efesios 5:19; Colosenses 3:16).
Tenían tal alegría en el corazón que se les salía por los labios en cánticos de alabanza por la misericordia y la gracia de Dios.
En la Iglesia Cristiana, desde sus comienzos hasta ahora, no falta la música de alabanza, porque los cristianos recuerdan un amor infinito, y disfrutan una gloria presente.
Otra característica notable de la Iglesia Primitiva era que era una iglesia sanadora. Pocas comunidades habrá habido tan pendientes de sus enfermos como la Iglesia Primitiva.
La Iglesia usó la unción regularmente durante siglos como un medio para sanar a los enfermos. De hecho, es importante notar que el sacramento de la unción se aplicaba siempre en los primeros siglos para efectuar la curación, no como una preparación para la muerte como se practica ahora en la Iglesia Católica Romana (Fue en el año 852 d.C. cuando este sacramento se convirtió en el de la extremaunción).
La Iglesia se ha cuidado siempre de sus enfermos; y siempre ha tenido el don de orar por la sanidad de los enfermos. El evangelio social no es un apéndice del Cristianismo, sino parte integrante de la fe y práctica cristiana.
Santiago anima a sus lectores a confesarse los pecados y orar unos por otros… Los judíos relacionaban siempre el sufrimiento con el pecado; y sigue siendo verdad que no se puede recibir la sanidad completa del alma, de la mente o del cuerpo, hasta que uno se encuentra en paz con Dios.
La confesión de pecados se ha de hacer a la persona que se ha ofendido, además de a Dios. Realmente, es mucho más fácil confesarle los pecados a Dios que a las personas; pero en cuanto al pecado, hay que deshacer dos barreras: la que se ha establecido entre nosotros y Dios, y la que hay entre nosotros y nuestros semejantes.
Está claro que este es un principio que hay que usar con sabiduría. Es totalmente cierto que puede haber casos en los que la confesión de pecados de unos a otros es más perjudicial que beneficiosa; pero, cuando se ha erigido una muralla con un mal que se ha cometido, uno tiene que ponerse en paz con Dios y con su semejante al que ha ofendido.
Para los judíos la oración era ponerse en contacto con el poder de Dios; era el canal por el que fluyen hacia nosotros la fuerza y la gracia para remediar todos los problemas de la vida. ¡Cuánto más debe esto ser verdad para un cristiano!
Como creían los judíos, y sin duda es verdad, para curar los males de la vida tenemos que estar en paz con Dios y con nuestros semejantes, y tenemos que aplicar a las personas y a las situaciones mediante la oración el poder y la misericordia de Dios.
Santiago cita a Elías como ejemplo del poder de la oración. Encontramos la historia completa en 1 Reyes 17 y 18. El relato del Antiguo Testamento no dice que la sequía o su terminación fueran debidas a la oración de Elías; él fue, sencillamente, el profeta que anunció su principio y su fin.

La Verdad que salva
Santiago 5:19-20
En este pasaje se establece la gran característica diferencial de la verdad cristiana. Es algo de lo que uno puede extraviarse… No es sólo intelectual, filosófica y abstracta, sino siempre una verdad moral.
Esto se nos presenta claramente cuando vamos al Nuevo Testamento y nos fijamos en las expresiones que se usan en relación con la verdad: es algo que uno tiene que amar (2 Tesalonicenses 2:10); que obedecer (Gálatas 5:7); que manifestar (2 Corintios 4:2); que hay que seguir con amor (Efesios 4:15); de lo que hay que dar testimonio (Juan 18:37); que se debe manifestar en una vida de amor (1 Juan 3:19); que libera (Juan 8:32); que es el don del Espíritu Santo (Juan 16:13 y ss.)
Juan 3:21 menciona a el que practica la verdad… Es decir que la verdad del Evangelio es algo que hay que poner por obra. No es solamente el objetivo de una búsqueda intelectual, sino siempre una verdad moral que desemboca en la acción. No es meramente algo que se estudia, sino que se hace; no algo a lo que hay que someter sólo la mente, sino toda la vida.
Santiago concluye su carta con uno de los pensamientos más elevados y edificantes del Nuevo Testamento; y que, además, aparece más de una vez en la Biblia.
Supongamos que uno yerra y se extravía; y supongamos que un hermano suyo en la fe le rescata de su error y le devuelve al buen camino. Este último no sólo ha salvado de la muerte el alma de su hermano, sino que ha cubierto una multitud de sus propios pecados…
Este es un pensamiento que aparece radiante una y otra vez en las páginas de la Escritura… Sería importante leer los siguientes pasajes: Jeremías 15:19, Daniel 12:3, 1 Timoteo 4:16.).
Se ha dicho que los que traen la luz a las vidas de otros no pueden dejar esa luz fuera de sus propias vidas; y si le traen a Dios las vidas de otros, no dejarán fuera del Señor sus propias vidas.
El honor más grande que Dios puede dar se lo otorga al que guía a otro hasta Él; porque, el que lo hace, consigue nada menos que participar de la obra de Jesucristo, el Salvador de la humanidad, y manifiesta así, irrebatiblemente, su propia salvación, cumpliendo el mandato final del Señor (Mateo 28: 18-20).